En la década de los años 1920, el egiptólogo Howard Carter consiguió la financiación de Lord Carnarvon para buscar la tumba de un faraón desconocido de poca importancia. Precisamente, por ser un faraón menor se suponía que la tumba estaría intacta (no como la de otros faraones, victimas de los ladrones de tumbas).
El 4 de noviembre de 1922 se descubrieron los escalones que descendían hasta una puerta que aún mantenía los sellos originales. El 26 de noviembre, en presencia de la familia de Lord Carnarvon, se hizo el famoso agujero en la parte superior de la puerta por el que Carter introdujo una vela y vio según sus palabras «cosas maravillosas».
La tumba, luego catalogada como KV62, resultó ser la del faraón Tutankamon y es la mejor conservada de todas las tumbas faraónicas. Permaneció prácticamente intacta hasta nuestros días hasta el punto que cuando Carter entró por primera vez en la tumba, incluso pudo fotografiar unas flores secas de dos mil años atrás que se desintegraron en seguida. Después de catalogar todos los tesoros de las cámaras anteriores, Carter llegó a la cámara real donde descansaba el sarcófago del faraón desde hacía tres mil años.
Entonces empezaron a morir personas que habían visitado la tumba.
El hecho de que varios exploradores que participaron en el descubrimiento de la tumba de Tutankamón murieron poco después, algunos en circunstancias extrañas, ha dado pie a muchas historias fantásticas y leyendas sobre una supuesta maldición que caería sobre todo aquel que robase en la tumba del faraón.
La ciencia tiene varias hipótesis, normalmente aceptadas; una es que en el aire viciado de la tumba de Tutankamón habría esporas de hongos microscópicos, conservadas durante varios milenios, que aún fueron capaces de infectar a varios de estos exploradores al inhalar el aire viciado.
El descubridor de la tumba, Howard Carter, murió por causas naturales muchos años después.
Fuente: Wikipedia